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domingo, 20 de junio de 2010

Tradicion Gaucha

EL MATE (1824)
JOHN MIERS

A causa de haberme despertado momentos antes de que aclarara, pude presenciar una curiosa y pintoresca escena. Parte de la familia se había levantado, y luego de encender fuego debajo del triángulo se habían apiñado a su alrededor tantos cuantos cabían; algunos estaban sentados sobre pequeños trozos de madera; otros sobre sus talones, con las rodillas tocándoles el rostro; las llamas arrojaban una luz intensa que, al contrastar con la densa sombra del fondo destacaban al grupo, sus rústicos trajes y extrañas posturas; el efecto era raro e interesante... El Matecito hacía la rueda de mano en mano, y por el largo tubo de lata cada uno tomaba a su turno un sorbo de infusión de yerba del matecito o calabaza. El conjunto de la escena y las circunstancias del momento me llevaron a imaginar que estábamos vivaqueando entre los indios, o entre algunos salvajes, parias de la sociedad. Me levanté y me uní al grupo. Todos se apresuraron a hacerme lugar. Sin decir una palabra se preparó un matecito nuevo. Un viejo arrojó las hojas que estaban utilizando y sacó de debajo del cuero, sobre el cual estaba sentado, una piel de cabrito con las patas y la cola anudadas formando un saco; allí guardaba su provisión de yerba. Tomó un puñadito de yerba, lo puso dentro de la calabaza, y la llenó con agua que hervía en un recipiente de cobre, el cual constituye una parte esencial de los utensilios domésticos de cada gaucho. Entonces, introduciendo la bombilla, o tubo de lata (son generalmente de plata) lo revolvió, tomó un sorbo para asegurarse de su bondad, y me lo ofreció, tocando el ala de su sombrero en el momento en que yo lo recibía. He sido un tanto prolijo en este relato al describir una costumbre que, sin variaciones en cuanto a preparación, utensilios o maneras, puede observarse entre ricos y pobres y es universal en estas regiones de Sudamérica. Esta gente nunca hesita en recibir en su boca el tubo que pocos momentos antes estuvo en la de otro. En la más pulida sociedad el mismo tubo pasa de uno a otro en idéntica forma.



EL MATE (1889)
ALFREDO EBELOT

... Están ya todos formando rueda alrededor del fogón, acurrucados o sentados en unas cabezas de vaca. El que ha encendido el fuego tiene ya dispuesta la pava encima de la llama y coloca en el Mate la conveniente cantidad de yerba, sacándola de un pañuelo extendido en tierra al alcance de su mano.
Introduce enseguida la bombilla de lata, procurando con prudentes artificios que los agujeritos que la terminan estén en contacto con los fragmentos de yerba más gruesos. De lo contrario, la yerba pulverizada taparía el tubo. Echa el agua caliente con precaución, con gravedad. No es dado a todos echarla como se debe. En fin, con la misma imperturbable seriedad, se toma la primera infusión. La yerba contiene unos principios amargos que son los primeros en disolverse. Sería grave imprudencia ofrecer el mate antes de sacárselos.
En fin echa nuevamente agua y da el mate al gaucho más cercano, si están entre puros compañeros, o sino a la persona que le merece deferencia, una mujer, el patrón, un huésped. Nueva absorción por pequeños sorbos. El mate vuelve al encargado de prepararlo, pasa a otro, circula de mano en mano.
A medida que va y viene, las fisonomías se animan, los ojos pesados de sueño brillan, el escalofrío matutino está reemplazado por un delicioso bienestar, la charla se arma que da gusto.
... El mate tiene una doble faz, como Jano. Se presta a la conversación y la alimenta, comunica a las largas veladas una jocosa versosidad. Por otra parte, acompaña bien los silencios contemplativos en que se mece la imaginación de los pueblos primitivos

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