Jesucristo bajó a la tierra acompañado de San Juan y de San Pedro dedicándose a recorrer el mundo y dio, después de largo andar, con Misiones. En una de sus marchas llegaron hasta el rancho de un viejo indio, padre de una joven tan hermosa como buena.
Sin reconocerlos, atendió a los celestiales viajeros lo mejor que pudo y sacrificó para ellos la única gallina que poseía. Al día siguiente, Jesús se dió a conocer como hijo de Dios y en recompensa por su hospitalidad, le dijo que le hiciera una petición que le sería concedida.
El anciano contó que el demonio se había apoderado de sus tierras y de las almas de los indios, y su único deseo era que su hija siga siendo buena y pura. Jesús lo premió transformando a la joven en el árbol de Caá, el que traería fuerza, inteligencia y prudencia a los hombres de la selva.
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